Hola chicos! Espero que se encuentren muy bien!! Una nueva semana comienza y continuaremos trabajando con el cuento que les envié el audio, "El traje nuevo del emperador" de Hans Christian Andersen . También se los dejó por escrito al final de esta actividad.
Ahora te propongo pensar sobre algunas preguntas que nos
ayudan a descubrir cómo funcionan los engaños en este cuento. Si lo
escuchaste con alguien más, será una
buena oportunidad para intercambiar opiniones.
En la carpeta:
El traje nuevo del emperador
Escribe las respuestas: ( No copies las preguntas, sólo las
respuestas con el número correspondiente)
Recuerda comenzar con mayúscula y
terminar con un punto. Responder a partir de la pregunta, ejemplo:
1 - ¿Ya conocías este cuento? ¿Qué te pareció la
historia?
1 - Conocía este cuento , lo había leído
en la biblioteca. La historia me gustó, me parece que deja un mensaje importante.
(Recuerda
releer lo que escribes, para que no haya repeticiones. También puedes usar
borradores.)
2. El personaje de esta historia es un emperador bastante
particular. A diferencia de otros mandatarios, ¿qué es lo que más le encantaba?
3. Parece que sus gustos le trajeron algunos problemas, ¿qué
opinás?
4. Releé la parte en que se describe la “tela maravillosa” y
transcribila.
5. Relee este fragmento:
…ella muchísimos extranjeros, y
una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores,
asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los
colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas
poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta
para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos!
-pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del
reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los
inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y
mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran
manos a la obra cuanto antes.
Los dos truhanes se hicieron pasar como tejedores. Ellos
conocían muy bien la debilidad del emperador por los trajes ¿Por qué creés que
inventaron esa farsa?
6. El emperador enviaba a personajes distinguidos de la
corte para ver cómo progresaba la confección de su traje. ¿Por qué no lo hacía
él mismo?
7. En un momento de la historia, el emperador decide ir
personalmente a ver la tela. Buscá en el cuento esa parte, volvé a
leerla.
¿Por qué te parece que les da su aprobación a los tejedores?
8. Finalmente el emperador se puso el traje invisible y
desfiló delante del pueblo. ¿Por qué desfiló desnudo?
9. ¿En qué momento el emperador se dio cuenta de que había
sido engañado?
EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los
trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le
gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes
nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera
que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El
Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y
bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se
presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que
sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos
eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la
milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su
cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si
los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el
cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada,
que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un
buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no
tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas
más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras
seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la
noche.
“Me gustaría saber si avanzan con la tela”-, pensó el
Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que
un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que
estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba
tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse
de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados
de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver
hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
“Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores
-pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las
cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo
como él”.
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala
ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares
vacíos. “¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos
ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!”. Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron
si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío,
y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto
que nada había.
“¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera
creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo?
No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela”.
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de
los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro
mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores!Desde luego, diré al
Emperador que me ha gustado extraordinariamente. -Nos da una buena alegría
-respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y
describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las
explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya
que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues
ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando
en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su
confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría
pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como
en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos
tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
“Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no
lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta”. Y se
deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por
aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica
tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la
sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los
cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa
donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus
fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados
dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y
señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
“¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es
terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”.
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y
con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía
nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban,
pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador:
-¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados
con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es
preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo
parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los
dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores
imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los
dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para
que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos
vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes
tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el
vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros
principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen
algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca.
-Aquí tienen el manto… Las prendas son ligeras como si
fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, más
precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no
veían nada, pues nada había. -¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el
traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo
delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon
ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado
poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen
algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente!
-exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la
procesión, aguarda ya en la calle – anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me
sienta bien? –y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran
que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron
las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener
algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de
este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el
gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué
magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada
veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje
del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su
padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el
pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva
nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo
tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo
que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
FIN