11 de Septiembre de 2020
La docencia se lleva en el alma pero se siente en el cuerpo. En el alma que se ilumina con cada paso adelante que dan nuestros/as estudiantes, y en el cuerpo que día a día le ponemos a la adversidad, que disfrazada de realidad nos pone obstáculos en el camino. Los ojos del docente miran lo que se ve y perciben lo que se oculta. La sonrisa esta siempre lista para calmar las ansiedades y transmitir tranquilidad. El corazón enorme, en el que entran todos y todas. Pero tambien los hombros, en los que se apoya la responsabilidad diaria y continua de dar forma al futuro.
Si queremos saber cómo es un pais, miremos a sus profesorados. No hay otra profesión que tenga tanta responsabilidad en sus manos como la del docente. Nuestra influencia se siente por generaciones, nuestra huella queda por décadas, nuestro trabajo se mide en vidas y los resultados trascienden nuestra propia existencia. Nunca vamos a saber con certeza los límites de nuestro hacer.
Es nuestro trabajo diario, que aunque parezca intrascendente como el aleteo de las alas de una mariposa, puede provocar efectos inimaginables. Acaso los/as grandes líderes mundiales , los/as científicos/as y los/as artistas, los/as cocineros y los/as doctores/as, no tuvieron maestros y maestras que los inspiraron, que los incentivaron a ir más allá y desarrollar su potencial?
La labor docente empieza en las aulas y se siente en el mundo. Debe ser por eso que cada 11 de septiembre vuelvo a elegir ser quien soy y me comprometo a ser más y mejor