lunes, 5 de julio de 2021

QUINTO AÑO A y B. PRÁCTICAS DEL LENGUAJE. Seño.Roxana

 PRÁCTICAS DEL LENGUAJE 

Srta. Roxana.              Año: 5to.A y B 

Fecha 5/7/21 

Recomendaciones para realizar la actividad. 


*Recuerden colocar el título, la fecha y el nombre en cada hoja. 

*Escribir con lapicera azul o negra, con letra clara (NO LÁPIZ) 

*Si tienen alguna duda sobre cómo se escribe una palabra, busquen en el diccionario. 

*Revisa cada palabra y los signos de puntuación. 

 

Libro: LAS MIL Y UNA NOCHES 

NOMBRE DEL CUENTO: ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 

He llegado a saber ¡oh rey afortunado!, que, en la antigüedad, en una ciudad de la China de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había un hombre llamado Mustafá que era sastre de oficio y pobre de condición. Aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, un niño mal educado y peleador, a quien el padre quiso hacer aprender su oficio. Pero Aladino, que prefería jugar con los muchachos de su barrio, no pudo acostumbrarse a permanecer en la tienda. Cuando el pobre sastre murió, la madre de Aladino debió vender la tienda para sobrevivir por algún tiempo. Pero pronto el dinero se agotó y la mujer pasaba sus días y sus noches hilando lana y algodón para alimentarse y alimentar a su hijo. 

En cuanto Aladino se vio libre de su padre, se pasaba todo el día fuera de casa y regresaba sólo a las horas de comer. Así fue como llegó a la edad de quince años. Era verdaderamente hermoso y bien formado, con magníficos ojos negros, una tez de jazmín y aspecto seductor. Un día estaba Aladino en la plaza del zoco con otros vagabundos como él, cuando pasó por allí un misterioso extranjero que se detuvo y lo observó largo rato. El extranjero era un mago conocedor de los astros y con el poder de su hechicería podía hacer chocar unas con otras las montañas más altas.  

–¡He aquí por fin –pensaba el extranjero– al joven que busco desde hace largo tiempo! –.  

Se aproximó a Aladino sonriendo y le dijo:  

–¿No eres Aladino, el hijo del sastre Mustafá? –. 

 Y él contestó: –Sí, soy Aladino. Pero mi padre hace mucho tiempo que ha muerto–.  

Al oír estas palabras, el extranjero lo abrazó llorando y el muchacho le preguntó: –¿A qué obedecen tus lágrimas, señor?  

–¡Ah, hijo mío! –, exclamó el hombre. –Soy tu tío y acabas de revelarme de manera inesperada la muerte de mi pobre hermano. En cuanto te vi descubrí el parecido en tu rostro. ¿Dónde vive tu madre, la mujer de mi hermano? ¡Enséñame el camino de tu casa! –.  

Aladino echó a andar y lo condujo. Por el camino, el extranjero contrató un mandadero y los tres se aproximaron a la casa con una carga de frutas, pasteles y bebidas. Aladino se adelantó y dijo a su madre:  

–¡Se acerca hacia aquí mi tío que viene esta noche a cenar con nosotros! – 

–¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! ¿Quién es ese tío de que me hablas? – 

Y dijo Aladino: –Aquel hombre que viene por el camino–. Al ver la carga de manjares, se dijo la madre de Aladino: –¡Quizá no conociera yo a todos los hermanos del difunto! –. 

–La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi hermano! –, saludó el extranjero. 

La madre de Aladino le devolvió el saludo mientras el mago decía: –No te parezca extraordinario el no haber tenido ocasión de conocerme porque hace treinta años que abandoné este país y partí para el extranjero. Pero un día, estando en mi casa, me puse a pensar en mi hermano y me decidí a emprender el viaje. Y después de prolongadas fatigas acabé por llegar a esta ciudad y Alah permitió que encontrase a este niño jugando y apenas lo vi,no vacilé en reconocerlo–.  

La madre de Aladino se emocionó con aquellos recuerdos y, para que olvidara sus tristezas, el extranjero se dirigió a Aladino variando la conversación: –Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos? –. 

Al oír aquello, avergonzado por primera vez en su vida, Aladino bajó la cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: –¿Un oficio?, ¿tener un oficio Aladino? ¡Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, haraganes como él! –. Y se echó a llorar. 

Entonces el extranjero se encaró con Aladino, y le dijo: –¡Qué vergüenza para ti, Aladino! Como mi deber es servirte de padre en lugar de mi difunto hermano, mañana volveré por ti para instruirte Te haré visitar los sitios públicos y los jardines situados fuera de la ciudad para que puedas habituarte al trato de gente distinguida y dedicada al trabajo–. 

A la mañana siguiente, Aladino y su tío echaron a andar juntos y franquearon las murallas de la ciudad, de donde nunca antes había salido Aladino. Anduvieron por el campo y llegaron por fin a un valle al pie de una montaña. ¡Para llegar a aquel valle había salido el mago de los confines de su país y había viajado hasta los confines de la China! 

Entonces dijo: –¡Ya hemos llegado! –. Se sentó sobre una roca y le ordenó a Aladino: –¡Recoge ramas secas y trozos de leña y tráelos! –. Aladino se apresuró a obedecer. –Ya tengo bastante–, dijo el mago–. –¡Retírate y ponte detrás de mí! –. Entonces prendió fuego, sacó del bolsillo una caja de nácar, la abrió y tomó un poco de incienso que arrojó en medio de la hoguera. Se levantó una humareda espesa que agitó él con sus manos murmurando fórmulas en una lengua incomprensible para Aladino. Tembló en ese instante la tierra y se abrió en el suelo una abertura de diez codos de anchura. En el fondo de aquel agujero apareció una losa de mármol con una argolla de bronce en el medio. 

Al ver aquello, Aladino lanzó un grito y emprendió la fuga. Pero de un salto cayó sobre él el mago y lo atrapó. Lo miró fijamente y le dio una bofetada tan terrible que Aladino quedó aturdido y cayó al suelo. Sin Aladino, el mago no podía realizar la tarea para la que había viajado. –¡Es preciso que sepas–, dijo –que debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del agujero se halla un tesoro inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que en tu presencia! Sólo tú en el mundo puedes levantar esta losa de mármol. ¡Y una vez levantada serás el amo de un tesoro que partiremos en dos partes iguales, una para ti y otra para mí!–. 

Al oír estas palabras, el pobre Aladino se olvidó de la bofetada recibida y contestó: –¡Oh, tío mío!, ¡mándame lo que quieras! –. 

–¡He aquí, pues, lo que tienes que hacer! ¡Empezarás por bajar al fondo del agujero, tomarás con tus manos la argolla de bronce y levantarás la losa! ¡Sólo tendrás que pronunciar tu nombre y el nombre de tu padre al tocar la argolla! –. 

Entonces se inclinó Aladino y tiró de la argolla de bronce diciendo: 

–¡Soy Aladino, hijo del sastre Mustafá! –, y levantó con gran facilidad la losa de mármol. Y vio una cueva con doce escalones que conducían a una puerta de cobre rojo.  

El mago le dijo: –¡Aladino, baja a esa cueva! Entra por la puerta de cobre que se abrirá sola delante de ti. Verás cuatro grandes calderas llenas de oro líquido. Pasa sin detenerte y recógete bien el traje porque si tuvieras la desgracia de rozar con tus ropas una de las calderas, al instante te convertirías en una mole de piedra negra. Encontrarás luego un jardín magnífico plantado de árboles agobiados por el peso de sus frutas. ¡No te detengas allí tampoco! Camina hacia adelante y verás frente a ti, sobre un pedestal de bronce, una lámpara de cobre encendida. Tomarás esa lámpara, la apagarás, verterás en el suelo el aceite y te la esconderás en el pecho. ¡Y volverás por el mismo camino! Al regreso podrás detenerte en el jardín y recoger tantas frutas como quieras. Una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara–. 

 Entonces el mago se quitó un anillo que llevaba y se lo puso a Aladino en el pulgar, diciéndole: –Este anillo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros–. 

Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol. Sin olvidar las recomendaciones del mago, a quien todavía creía su tío, atravesó con precaución el lugar evitando rozar las calderas; cruzó el jardín sin detenerse, vio la lámpara encendida y la tomó. Vertió en el suelo el aceite y la ocultó en su pecho en seguida, sin temor a mancharse el traje. Volvió luego sobre sus pasos y llegó de nuevo al jardín. 

Observó que los árboles estaban agobiados bajo el peso de las frutas de formas, tamaños y colores extraordinarios. Las había blancas, de un blanco transparente como el cristal o de un blanco turbio como el alcanfor. Y las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo como la sangre. Y las había verdes, azules, violetas y amarillas. El pobre Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas de nácar y piedras lunares; que las frutas rojas eran rubíes, carbunclos y coral; que las verdes eran esmeraldas, jades y aguamarinas; que las azules, eran zafiros y turquesas; que las violetas eran amatistas; que las amarillas eran topacios y ágatas. Caía el sol sobre el jardín y los árboles despedían brillos como llamas de fuego de todas sus frutas. 

Entonces, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y recogió frutas de cada color, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro de la ropa. Agobiado por el peso, se ciñó cuidadosamente el traje y lleno de prudencia atravesó la sala de las calderas, llegó a la escalera y vio en la puerta al mago. El mago no tuvo paciencia para esperar a que llegase y le dijo:  

–¿Dónde está la lámpara, Aladino? Dámela ya, ya mismo–. Aladino contestó: 

–¿Cómo quieres que te la dé tan pronto si está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes salir de este agujero y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela! –. Pero el mago supuso que Aladino quería guardarse la lámpara y le gritó con una voz espantosa como la de un demonio: –¡Oh hijo de perro!, ¡dame la lámpara enseguida o morirás! –. 

Aladino y la lámpara maravillosa. Cuento para niños de Las mil y una noches 

Aladino temió recibir otra violenta bofetada y se dijo:  

–¡Más vale resguardarse! ¡Voy a entrar de nuevo en la cueva mientras se calma! –. Al ver aquello, el mago lanzó un grito de rabia y al momento la losa se cerró y Aladino quedó encerrado en la cueva subterránea. El mago, furioso y echando espuma, se alejó por el camino. Seguramente volveremos a encontrarlo. 

Desesperado, el muchacho empezó a dar gritos, prometiendo a su tío que le daría al momento la lámpara. Pero sus gritos no fueron oídos por el mago, que ya se encontraba lejos. Aladino empezó a dudar de aquel hombre. Se veía enterrado vivo y empezó a restregarse las manos como hacen los que están desesperados. De ese modo, frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y vio surgir de pronto ante él un inmenso efrit, negro y brillante como el betún, con la cabeza como un caldero y ojos rojos llameantes 

Ver cuento de Aladino y la Lámpara Maravillosa en vídeo - Aprende Feliz 

Se inclinó ante Aladino y con una voz retumbante cual el rugido del trueno, le dijo: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua! ¿Qué quieres?–. 

Aladino quedó aterrado, pero cuando pudo mover la lengua, contestó: 

–¡Oh efrit, sácame de esta cueva! –. Apenas pronunció estas palabras, se vio transportado fuera de la cueva. Aladino se apresuró a regresar sin volver la cabeza hacia atrás. Llegó extenuado a la casa donde lo esperaba su madre. Aladino le pidió de beber y de comer. Se vació el cántaro de agua en la garganta y comió de prisa. Cuando se sintió satisfecho, dijo a su madre:  

–¡El que creíamos mi tío, oh madre mía, es un maldito hechicero, un mentiroso, un demonio! –. Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza y contó cuanto le había sucedido. Cuando hubo acabado su relato, dejó caer la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas que había recogido en el jardín. Y también cayó entre las piedras de colores la vieja lámpara por la que tanto se había enfurecido el mago. 

La madre apretó contra su pecho a Aladino, lo besó llorando y dijo: –¡Demos gracias a Alah que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero traidor y maldito! –. Aladino no tardó en dormirse. 

Al despertarse, el muchacho pidió el desayuno, pero su madre le dijo: 

 –¡Ten paciencia! Iré a vender un poco de algodón y te compraré pan con lo que obtenga–. –Deja el algodón –señaló 

Aladino–, y ve a vender esa lámpara vieja que traje de la cueva–. 

La madre tomó la lámpara y se puso a limpiarla para sacar por ella el mayor precio posible. Pero apenas había empezado a frotarla cuando surgió un espantoso efrit, más feo que el de la cueva, que dijo con voz ensordecedora: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres? –. 

 La madre de Aladino se quedó inmóvil de terror. Pero Aladino, que estaba ya un poco acostumbrado a caras de aquella clase, se apresuró a quitar la lámpara de las manos a su madre. La tomó con firmeza y dijo al efrit: –¡Oh servidor de la lámpara! ¡Tengo hambre y deseo alimentos exquisitos! –. El genio desapareció para volver al instante con una gran bandeja llena de manjares. Aladino y su madre se pusieron a comer con gran apetito. Desde entonces, no abusaron de los beneficios del tesoro que poseían. Continuaron llevando una vida modesta, distribuyendo entre los pobres lo que les sobraba. Entre tanto, Aladino no perdió ocasión de instruirse dialogando con los mercaderes distinguidos y las personas de buen tono que frecuentaban el zoco. 

Un día, vio cruzar a dos pregoneros del sultán y los oyó gritar al unísono en alta voz: –¡Oh vosotros, mercaderes y habitantes!¡Por orden del sultán, cerrad vuestras tiendas al instante porque va a pasar la perla única, la maravillosa, Badrul–Budur, la luna son pedrerías valiosísimas. ¡Trae de la cocina una fuente de porcelana! –. 

Aladino colocó con mucho arte las piedras en la fuente, combinando los colores, las formas y las variedades. Su madre no pudo menos que exclamar: –¡Qué admirable es esto! –. 

Cuando el sultán, que era justo y benévolo, vio a la madre de Aladino, le dijo: –¡Oh mujer! ¿qué traes en ese pañuelo que sostienes por las cuatro puntas? –. La madre de Aladino desató el pañuelo en silencio. Al punto se iluminó el lugar con el resplandor de las piedras y el sultán quedó deslumbrado de su hermosura. 

La madre le trasmitió entonces la petición de su hijo. El rey dijo: 

–El joven Aladino, que me envía un presente tan hermoso, meen llena, ¡hija de nuestro sultán! –. 

Al oír el pregón, Aladino deseó ver pasar a la hija del sultán y fue a toda prisa a esconderse detrás de una puerta para mirarla a rece que se acoja su petición de matrimonio con mi hija Badrul– 

Budur. Le dirás, pues, que se efectuará el matrimonio cuando me haya enviado lo que exijo como dote: cuarenta fuentes de oro macizo llenas hasta los bordes de las mismas pedrerías en forma de frutas como las que envió en la fuente de porcelana. Estas fuentes serán traídas a palacio por cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, formadas en cortejo–. 

Cuando escuchó a su madre, Aladino se limitó a sonreír. Se apresuró a encerrarse en su cuarto, tomó la lámpara y la frotó. Al punto apareció el efrit: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres? –. Aladino expresó su pedido y al cabo de un momento regresó el efrit seguido por las esclavas portando sobre sus cabezas las bandejas de oro macizo. 

Y he aquí que el sultán recibió al cortejo en la parte más alta de la escalinata de su palacio. Hasta allí ascendió Aladino, ricamente ataviado, y el sultán le dijo: 

 –En verdad, Aladino, ¿qué rey no anhelaría que fueras el esposo de su hija? ¿Cuándo deseas que se celebre la boda? –. 

 Y contestó Aladino: –¡Oh sultán! Mi corazón está ansioso por celebrar la boda esta misma noche. Sin embargo, deseo antes hacer construir un palacio digno de Badrul–Budur. 

¡Te ruego que me otorgues el vasto terreno situado frente a tu palacio a fin de que mi esposa no esté muy alejada de su padre y yo mismo esté siempre cerca para servirte! ¡Por mi parte, me comprometo a hacer construir este palacio en el plazo más breve posible! –. Se despidió del sultán y regresó a su casa. través de las hendijas. Y he aquí que apareció ante sus ojos una belleza que superaba cuanto pudiera decirse. Era una joven de quince años, con una cintura como la rama más tierna de los árboles. Su frente deslumbraba como el cuarto creciente de la luna; con ojos negros como los ojos de la gacela sedienta, una boca con labios encarnados, la tez blanca, los dientes como granizos y un cuello de tórtola. Aladino sintió bullir su sangre tres veces más deprisa. 

–¡Oh madre! –dijo al llegar a su casa–, he visto a la princesa Badrul–Budur, hija del sultán y no tendré reposo mientras no la obtenga en matrimonio! Tú serás quien vaya a hacer al sultán esa petición–. 

Ella exclamó: –¿Dónde están los regalos que deberé ofrecer al sultán como homenaje? –. 

 El joven contestó: –Has de saber, ¡oh madre!, que las frutas de colores que traje del jardín subterráneo. En cuanto entró, se retiró a su cuarto completamente solo. Tomó la lámpara mágica y la frotó como de ordinario. Al punto apareció el efrit: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres? – 

–¡Oh efrit de la lámpara! ¡Construye un palacio que sea digno de mi esposa, la hija del sultán! Traza en medio de ese palacio un jardín hermoso, con estanques y saltos de agua y plazoletas espaciosas–. 

He aquí que al despuntar el día se alzaba, frente al palacio del sultán, un palacio con una torre de cristal y un jardín hermoso, con estanques, saltos de agua y plazoletas espaciosas. Una magnífica alfombra de terciopelo se extendía entre las escalinatas de uno y otro palacio. 

Se celebró entonces la boda. La madre de Aladino salió ataviada con dignos trajes en medio de doce jóvenes que le servían de cortejo. La princesa Badrul–Budur se levantó de su lugar para recibirla con ternura. Luego, apoyándose en la madre de Aladino, que iba a su izquierda, y seguida de cien jóvenes esclavas, se puso en marcha hacia el nuevo palacio donde la esperaba Aladino. Salió él a su encuentro sonriendo y ella quedó encantada de verlo tan hermoso y brillante. 

Aladino, lejos de envanecerse con su nueva vida, tuvo cuidado de hacer el bien a su alrededor y de socorrer a las gentes pobres porque no había olvidado su antigua miseria.  

Un día, aquel hechicero que había engañado a Aladino, quiso saber qué había sido del joven. Preparó su mesa de arena adivinatoria, se sentó sobre una estera cuadrada en medio de un círculo trazado con rojo, alisó la arena y murmuró ciertas fórmulas: 

–¡Oh arena del tiempo! ¿Qué ha sido de la lámpara mágica? ¿Cómo murió el miserable Aladino? –. Agitó entonces la arena y nacieron en ella diversas figuras. En el límite de la sorpresa, el mago descubrió que Aladino no estaba muerto y que era dueño de la lámpara mágica. Cuando se enteró resolvió vengarse de él y destruir las felicidades de las que gozaba. Y sin vacilar se puso en camino para la China y llegó al palacio de Aladino. Fue al zoco, entró en la tienda de un mercader de lámparas de cobre y adquirió una docena completamente nuevas. Pagó sin regatear y las puso en un cesto. Entonces se dedicó a recorrer las calles con el cesto de lámparas, gritando: –¡Lámparas nuevas! ¡Cambio lámparas nuevas por otras viejas! –. 

Tanta maña se dio, que la princesa Badrul–Budur, en ausencia de Aladino, oyó aquel pregón insólito y abrió una de las ventanas. 

Una de las mujeres le dijo: –¡Oh mi señora! ¡Precisamente hoy, al limpiar el cuarto de mi amo Aladino, he visto en una mesita una lámpara vieja de cobre! ¡Permíteme que vaya a enseñársela a ese viejo para ver si realmente está tan loco y consciente en cambiarla por una lámpara nueva! – 

La princesa Badrul–Budur ignoraba completamente las virtudes maravillosas de aquella lámpara y contestó: –¡Desde luego! –. Cuando el mago vio la lámpara, la reconoció al primer golpe de vista y tendió la mano con la rapidez del buitre que cae sobre la tórtola; tomó la lámpara y se la guardó en el pecho. 

 Luego presentó el cesto, diciendo: –¡Elige la que más te guste! –. El mago echó a correr y cuando llegó a un barrio desierto, se sacó del pecho la lámpara y la frotó. El efrit de la lámpara respondió a esta llamada pues obedecía a quien fuese el poseedor de la lámpara: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres? –. 

 Entonces el mago le dijo: –¡Oh efrit! te ordeno que transportes a mi país el palacio que edificaste para Aladino con todos los seres y todas las cosas que contiene! ¡Y también me transportarás a mí con el palacio! –. 

En un abrir y cerrar de ojos, el mago se encontró en su país, en el palacio de Aladino. ¡Y esto es lo referente al hechicero! Al despuntar el alba retornó Aladino de su cacería, rodeado por un grupo de hombres. Como hacía habitualmente, al atravesar el último cruce del camino, alzó su cabeza para observar el palacio. Primero no vio ni palacio, ni jardín, ni huella de palacio o de jardín, sino el inmenso terreno desierto, tal como estaba el día en que dio al efrit de la lámpara orden de construir aquella morada maravillosa. Sintió tal dolor y tal conmoción que estuvo a punto de caer desmayado. 

 Miró a los hombres de su escolta y empezó a preguntar con torvos ojos:  

–¿Dónde está mi palacio? ¿Dónde está mi esposa? –. Todos pensaron que había perdido la razón. Aladino se alejó rápidamente, salió de la ciudad y comenzó a errar por el campo hasta llegar a las orillas de un gran río, presa de la desesperación, diciéndose:  

–¿Dónde hallarás tu palacio, Aladino, y a tu esposa Badrul–Budur? ¿A qué país desconocido irás a buscarla, si es que está viva todavía? –. Se puso en cuclillas a la orilla del río, tomó agua en el hueco de las manos y se frotó los dedos tratando de reanimarse. Y he aquí que, al hacer estos movimientos, frotó el anillo que el mago le había dado en la cueva. Al momento apareció el efrit del anillo: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua! ¿Qué quieres? – 

Aladino lo reconoció, se puso de pie y dijo al efrit: –¡Oh, efrit del anillo! Te ordeno que me transportes al lugar en que se halla mi palacio y me dejes debajo de las ventanas de mi esposa, la princesa Badrul–Budur–.Apenas formuló esta petición, Aladino se vio en medio de un jardín magnífico, debajo de las ventanas de la princesa. A la vista de su palacio, sintió Aladino tranquilizársele el alma. Aquella tarde, la servidora de la princesa abrió una de las ventanas y miró hacia fuera, diciendo:  

–¡Oh mi señora! ¡Mi amo Aladino está bajo las ventanas del palacio! –.Badrul–Budur se precipitó a la ventana y gritó: 

 –¡Oh querido mío!, ¡mi servidora va a abrirte la puerta secreta! –. Aladino subió al aposento y ambos se besaron, ebrios de alegría.  

Aladino dijo a su esposa: –¡Oh, Badrul–Budur! Antes que nada, tengo que preguntarte qué ha sido de la lámpara de cobre que dejé en mi cuarto antes de salir de caza–. Exclamó la princesa: 

 –Esa lámpara es la causa de nuestra desdicha–. Y contó a Aladino lo que había ocurrido en el palacio en su ausencia. Y concluyó diciendo: 

–Después de transportarnos aquí, el maldito mago ha venido a revelarme lo ocurrido–. Entonces Aladino, sin hacerle el menor reproche, le preguntó: –¿Y qué desea hacer ahora ese maldito? –. 

Ella dijo: –Viene cada atardecer y trata por todos los medios de seducirme. Para vencer mi resistencia no ha cesado de afirmar que has muerto–.  

–Dime ahora, ¡oh Badrul–Budur! ¿Sabes en qué sitio del palacio está escondida la lámpara? –. –La lleva en el pecho continuamente–. Entonces Aladino pidió quedarse a solas, frotó el anillo mágico y dijo al efrit:  

–¡Oh, efrit del anillo! Te ordeno que me traigas una onza de polvo soporífero–. Cuando obtuvo lo que deseaba, Aladino llamó a su esposa y le dio instrucciones respecto a lo que harían con el mago. Entonces la princesa mandó a sus mujeres que la peinaran y se hizo vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Perfumada y más bella que de costumbre, se tendió sobre los almohadones, esperando la llegada del mago. 

No dejó éste de ir a la hora anunciada. Y la princesa, con una sonrisa, lo invitó a sentarse junto a ella y le dijo: –¡Oh mi señor! 

Estoy por fin convencida de que Aladino ha muerto y mis lágrimas no le darán vida. Por eso he renunciado a la tristeza. ¡Te ofrezco los refrescos de amistad! –. Se levantó, mostrando su deslumbradora belleza, se dirigió a la mesa y discretamente echó el soporífero en la copa de oro que había en ella. El mago tomó la copa, se la llevó a los labios y la vació de un solo trago. ¡Al instante fue a caer a los pies de Badrul–Budur! 

Aladino salió del escondite en el que aguardaba, se precipitó sobre el mago y le sacó del pecho la lámpara. Corrió hacia una alcoba solitaria, frotó la lámpara y al punto vio aparecer al efrit: 

–¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres? –. –¡Oh efrit de la lámpara! Te ordeno que transportes este palacio, con todo lo que contiene, a la capital del reino de la China–. Sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar y abrir un ojo, el palacio estuvo nuevamente frente al palacio del sultán. 

Aladino invocó entonces al efrit y le ordenó que se llevara el cuerpo del mago y lo quemara en medio de la plaza sobre un montón de estiércol. 

–¡Oh Badrul–Budur! –dijo a su esposa–, ¡demos gracias a Alah que nos ha librado por siempre de nuestro enemigo! –. Se arrojaron uno en brazos de otro y desde entonces vivieron una vida feliz. Tuvieron dos hijos hermosos como lunas. De nada careció su dicha hasta la llegada inevitable de la separadora de amigos, la muerte. 

Aladino (Cuento Disney) ® Chiquipedia 

 

Cuando Sherezade acabó de contar la historia de Aladino se calló sonriendo. 

El rey Shariar dijo: –Es, sin duda, una historia extraordinaria. 

–No creas, ¡oh rey afortunado!, que es tan extraordinaria como la que me reservo 

para la noche próxima, si quieres. 

El rey Shariar dijo para sí: –¡No la mataré hasta después! 

Entonces Sherezade sonrió y dijo: –Cuentan que... 

Pero en este momento vio aparecer la mañana y se calló discreta. 


LUEGO DE LA LECTURA: 

RESPONDE: 


A-Busca información sobre los genios de tradición árabe (puedes encontrarlos con el nombre de YINN, JINN y DJINN), escribe un texto de lo que te resulte interesante (no menos de 8 renglones). Recuerda colocar las mayúsculas y los signos de puntuación. 


B-El mago de la historia procede de MAGRED, busca información sobre esta zona geográfica y escribe algunas notas que sirvan para conocerla mejor. 


C- ¿Te parece lógico que el mago, después de tantos esfuerzos, abandone su objetivo por falta de paciencia? 


D-Si tú fueras el escritor, ¿cómo habrías resuelto esa situación? 


E-Realiza una lista de las situaciones mágicas que suceden en el relato de Aladino. 


F- ¿Cómo explicarías la evolución de Aladino desde ser un irresponsable pícaro callejero ,hasta convertirse en un buen marido e hijo, decidido y valiente?

 

G-Elige un diálogo que aparezca en el cuento, reescribilo colocando el nombre de los personajes que están conversando. 


H- Escribe una recomendación para este cuento.